miércoles, 3 de octubre de 2012

A los hombres de traje


Se le adelantó de golpe todo el invierno.
Se le vaciaron las páginas y comenzó la tiretera,
que diría Ramiro.

Se abrigó de bufanda hasta las patas
y mientras, en la isla,
ardían los veinticinco grados.

(Primero el halo del humo del habano,
después la tos).

Se le apretaron las paredes al cuerpo
y poco más.
Nada de versos,
de mares,
ni de acordes.
Sólo una carta, de esas que después vuelven,
para decirles
“me quedo, acá se respira lindo.”

(Y la calle contestó, claro que contestó.
Un poeta en la esquina de la verdulería de Aurora).

Y el viento llegó a la plaza,
allá donde el gallego.
Y se escuchó queja donde el emigrante pierde las ganas,
a la puerta del hospital.
Que aquí se vende salud y ya no hay zurdos, ni diestros.
Que el de arriba sonríe;
y, abajo, los impuestos son palos.
Que nos desnudan el alma
y nos desvisten de letras;
y, a mí,
se me agarra el frío.

Que se me callan las tristezas si es por nevera;
pero no tiren del libro,
del médico
y de la casa.

Que silenciar es empezar a morir
y que al caer,
nadie se libra del peso.


Fotografía: Irene Herrero Miguel

Ni siquiera el Congreso. 

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