Soy un amanecer en el
puente de Carlos y una calada a la orilla del Moldava. Soy una voz rasgada
enredada a los acordes de una guitarra con vistas al Prazsky hrad y la gula que
nos agarra cuando dejamos atrás Malá Strana. Soy la cerveza derramada en mi
cuarto y en la acera, y el grito nórdico del Welcome to New Zealand. Soy
el vértigo del tranvía que no se paga, la voz amiga de la gruta italiana, la queja de las duchas sin puerta y la ignorancia del turista en
Staromestké nám. Soy el odio a Hostivar, el vino tinto de la vinoteka, el café
del afiliado al partido pirata y el duck-duck-goose con acento estadounidense.
Soy las carcajadas a tres, el inglés etílico reinventado, la música de Núria y
el bus que dejamos marchar para apurar las ganas. Soy cinco meses en la capital
de Bohemia; y sin embargo ahora, visto lo visto, temo que me faltarán días para
crecer. ¡Qué corran los recuerdos!
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