miércoles, 28 de noviembre de 2012

En tierra de nadie

Ciérrale las persianas a esta cama. Más bonito si no amanece. Lástima que no sea giro poético romper en tercera. Pero qué importa si hay grito. No se muere en domingo. Tal vez, sí en lunes; quién sabe. Pero no en grito par, si no hay declaración de intenciones. Y que si hay salitre, ésta hoy se queda en Gaza. Que si tiembla el pulso, el cuerpo, el miedo... son las ganas que te sudan en la espalda. Y que cuando huelga la cultura que desangran, qué mejor que tatuar el quince en el izquierdo, en el impulso del vuelo que te crece y que rasga el blanco de tu historia. Porque escribir sin sábanas es tantear el esbozo. Y que aquí no hay monedas, son entrañas. Si no, ¿cómo entender que Praga se consume con las mareas de sus playas? Bendito Moldava que no tiene rompeolas, que decías. Y bendita incoherencia que te agarra de mañana cuando te haces canción. Y no. Hoy lo que suena, no es Nirvana. Y ya es noviembre.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Desescribir el recuerdo


I
Golpeas siete veces
y aciertas en palabra.
Así que tal vez,
deberías abandonarte a ese impulso azaroso,
hacerte líneas
y romper en sexta.

II
No escribiré sobre ti, juré.
Y se me avalanchan los quince vocablos con este último.
No escribiré sobre ti.
Y se me estira el punto 
y vacila en letras.

III
No escribiré,
dije,
y me golpeó el cinismo.

IV
Aunque, ahora,
sólo hay roce.

V
Acaso sabes,
¿dónde se durmió el golpe? 

lunes, 19 de noviembre de 2012

Ay, cuando rompes

De esto que das una patada y sale una historia, y caes dentro. Como cuando la mirada acaba en sorbo etílico y te rindes en la acera. A veces pasa. No es llegar y romper, si eso ya lo recordé; pero... ay, cuando consigues romper. Porque sucede que un día vuelves y esto se hace hogar. Como cuando te desvelas en Bratislava y reconoces un acento amigo; pero más a lo grande, bien de brocha gorda y reservas de tinta. Y escribes. Escribes en las paredes desconchadas de un Pest que devoraste en líneas y al final cargas con una mochila regalada en florines. Que las segundas partes nunca fueron buenas, pero ¿qué hay de las segundas manos? A mí me gustan. Como las arrugas y las cicatrices de tu rostro, fuente de inspiración e historias. Regálame tu edad que te recorro en letras, pero me callo. Y así estás, ventilando los miedos con los aires del norte y el gesto ajeno. Y abres el buzón y se te agita Argentina al leerla y Rusia, y también Tallín. Que gire la geografía que yo no vivo de recuerdos, porque éstos voltean conmigo y crecen hermosos; como la panza cultivada a base de bravas, Rodamaris y bares de Atocha. Porque estás aquí, allí y en las fotografías que Kris y Leticia te regalan. Estás y eres, si es que ya se me mete el inglés en el cuerpo aunque ahora pierda forma el castellano, ganas constantes. E incluso suena mandarín de un tiempo a esta parte y el polaco se ha resguardado en la sonrisa a base de vino blanco y chocolate, de política y ¡qué el hombre no sabe que es pisar la luna! Y en la cocina suena Melendi y en el cuarto de las lituanas siguen intentando afinar pero les vence el grito y el vodka, si es que no saben que es el frío. Y tú sigues con vistas al cielo y recaes en tinta beoda en el Café V lese y te sorprendes cuando la polaca entiende y te felicita y te explica y acierta. Y, sí, creo que sufro algo así como insaciabilidad de la conjunción copulativa. Hay tanto que contar que se me impacienta el punto. Y, ya sola se golpea la tecla, pierdes el miedo y creces en alas. Y el reflejo ya ni cuestiona y te despeinas en Wenceslao. Ay, ¡cómo tira ya esto y cómo aprieta el mapa! Si es que se me enredan los palillos chinos a las manos, las cervezas a la garganta y los abrazos a mis vecinos; porque lo de las carcajadas, con gaitas o sin ellas, hace semanas que lo sufro. Bienvenido al norte, bienvenido al hogar. 




miércoles, 14 de noviembre de 2012

No es llegar y romper. Pero qué bonito cuando consigues romper.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Qué feo el fordismo doméstico

Los pechos pequeños son una inversión de futuro. También las nalgas tatuadas, para las que abonan semilla; y los zapatos de tacón, para los que se aburguesan a los treinta y se hipotecan con el adoquinado a cuestas y sin arena. Les llega el diciembre y se tiesan, y dejan de deshacer colchones para dormir en camas. De a dos, de a tres o de a cuatro; y, aun así, tan vacíos. Y la puerta revienta y se asoma Carmen y amanece. Dibuja flores con la boca y alguien desde el sofá aprieta la burla y defiende el tallo. “Siempre hay flores, aun sin raíces, capullo.” Y se acerca y se desnuda al girarse, porque de espaldas somos infancia. Y él se desgasta y le gasta la tinta en la cadera. “No hay surcos, no hay ayer y no hay tiempo.” Y Carmen sonríe. Ni ella intuye si ha sido madre, hermana o amante y recae en cicatriz por dentro. Nace el aliento frenético al ritmo de una mano que baila; y en el aire el hachís se disipa tras la última calada, antes del grito. En el suelo tres medias impacientes abiertas en canal,  mientras el roce despeina y despierta. Y el teléfono golpea a Carlos de madrugada. “Los pechos pequeños son una inversión de futuro, Carlos. Porque la gravedad los ignora y siempre vuelan. Y tú te has hecho mujer de senos mayúsculos”, y se cuelga. Y le agarra de nuevo el dolor de tripa de hace veintiocho días. Pero se arranca el traje y se abandona a la primavera descalza de Madrid. Porque qué feo el fordismo doméstico y qué bonita la emoción.  



jueves, 1 de noviembre de 2012