lunes, 22 de octubre de 2012

M y su jersey azul


Dentro arde un verano que no muere. 




domingo, 14 de octubre de 2012

A la bailaora sin zuecos

Fotografía: Roberto Greciano
¿Qué fue de aquellos pies descalzos y de la música? Póngame otra línea más, que esto se tercia turbio. Y sacó el bolígrafo y le versó un gesto; y, luego, para adentro el blanco. Soy poeta, dijo, y me sobran los miedos. Y yo que te dije que nada de malgastarse en retóricas. Mire, compadre, que yo no soy sordo y que si la calle grita yo me parto el calzado. Pero si dejas el invierno, yo me quito de coplero; que no hay llanto más feo que el que rima en consonante, ni brazo que no cure la página en blanco.


sábado, 6 de octubre de 2012

El Budapest de Capa

Y te irás. Te irás a Budapest con el cuaderno rojo bañado en tinta. Noventa y nueve años después de ver la luz, buscarás las sombras. Y ese aliento romántico que se adentró en cuerpo y que alentó esa manía de cargar con la geografía a cuestas, más allá del Pirineo. Desgastarás las suelas del nómada de Leica en mano y te creerás, quién sabe cuando, horizonte en sus paisajes. Te buscarás en el periódico y hablará de ti. Sin fotografía, ni palabra; hablará de ti y del Sena etílico que te abrazó cuando se fue la rubia. Porque aunque tú eras de quemar las ganas, de apretar el tiempo y de correr sin cara; también eras de dormir al reloj cuando te tocaban. Y es con eso con lo que me quedo; y más cuando en noviembre, casi un siglo después, (te) viaje con mochila y hambres. Que de leer(te) en libros ya he tenido bastante y que ahora, historia, sólo me sale ahuecar tu espalda. 

miércoles, 3 de octubre de 2012

A los hombres de traje


Se le adelantó de golpe todo el invierno.
Se le vaciaron las páginas y comenzó la tiretera,
que diría Ramiro.

Se abrigó de bufanda hasta las patas
y mientras, en la isla,
ardían los veinticinco grados.

(Primero el halo del humo del habano,
después la tos).

Se le apretaron las paredes al cuerpo
y poco más.
Nada de versos,
de mares,
ni de acordes.
Sólo una carta, de esas que después vuelven,
para decirles
“me quedo, acá se respira lindo.”

(Y la calle contestó, claro que contestó.
Un poeta en la esquina de la verdulería de Aurora).

Y el viento llegó a la plaza,
allá donde el gallego.
Y se escuchó queja donde el emigrante pierde las ganas,
a la puerta del hospital.
Que aquí se vende salud y ya no hay zurdos, ni diestros.
Que el de arriba sonríe;
y, abajo, los impuestos son palos.
Que nos desnudan el alma
y nos desvisten de letras;
y, a mí,
se me agarra el frío.

Que se me callan las tristezas si es por nevera;
pero no tiren del libro,
del médico
y de la casa.

Que silenciar es empezar a morir
y que al caer,
nadie se libra del peso.


Fotografía: Irene Herrero Miguel

Ni siquiera el Congreso.