que no en mayúsculas.
Dejar la mina del lápiz únicamente,
para simbolismos y retóricas.
Decir, por ejemplo,
el carboncillo que te grita
es el lecho en el que mueres,
los despojos del derrumbe
y el dolor de tus pulmones.
Agarrar la tinta y todas sus edades
y afianzarme, así,
en la perennidad de las voces que te hablan
y del léxico que te nace.
Y, sin embargo,
me pierdo en la boca de la catarsis.
Yo que ni sé hilvanar
naranjas con ventrículos
ni ventrículos con pulsiones.
Que lloran más las paredes de mi cuarto
y que se hacen lago en las marismas de lo húmedo.
Mientras la cama está tan seca,
la voz tan limpia
y mis manos...
tan hartas.
(De la colección "Yo nunca recité porque soy una pringui").