sábado, 29 de septiembre de 2012

Más que una ciudad de cuento

Soy un amanecer en el puente de Carlos y una calada a la orilla del Moldava. Soy una voz rasgada enredada a los acordes de una guitarra con vistas al Prazsky hrad y la gula que nos agarra cuando dejamos atrás Malá Strana. Soy la cerveza derramada en mi cuarto y en la acera, y el grito nórdico del Welcome to New Zealand. Soy el vértigo del tranvía que no se paga, la voz amiga de la gruta italiana, la queja de las duchas sin puerta y la ignorancia del turista en Staromestké nám. Soy el odio a Hostivar, el vino tinto de la vinoteka, el café del afiliado al partido pirata y el duck-duck-goose con acento estadounidense. Soy las carcajadas a tres, el inglés etílico reinventado, la música de Núria y el bus que dejamos marchar para apurar las ganas. Soy cinco meses en la capital de Bohemia; y sin embargo ahora, visto lo visto, temo que me faltarán días para crecer. ¡Qué corran los recuerdos! 



lunes, 24 de septiembre de 2012

A romper esta canción, Bohemia


Te espero en Karluv Most. Así, sin prisas ni joderes. Pero que se te atragante el tranvía de las ganas. Te espero allí, te bailo un acordeón y te busco en las luces del Moldava. Así que vente. Vente, que no es esta ciudad de trajes ni de tacones. Vente y que te pille el frío, para desvestirlo juntos en el verde de sus alturas. Vente y báñate en la nieve de diciembre y en la Studenska pivo cerveza de mis carcajadas. Vente ahora; que de cogernos, mejor que sea de madrugada. 

domingo, 2 de septiembre de 2012

Pongamos que hablo de Madrid

Pongamos que hablo de Madrid, de cerveza en Malasaña y del bar de Atocha. Pongamos que me acuerdo de Madrid, de la plaza y su voz, del soplo de aire fresco en Lavapiés y del sofá sureño siempre abierto. Pongamos que suena a Madrid, que saltan los acordes de Manu Chao, la noche en el Penta, las letras de Marwan y los festivales que recorrí contigo. Y pongamos, por suponer, que añoro Madrid, tal vez por sus calles, sus sueños o por los abrazos en los que me encontré. 
Me gusta pensar que Madrid se nos abrió de golpe, nos brindó la posibilidad de rasgarla de adentro y nos regaló sus ganas, para gastar sus calles y respirar sus ansias. ¡Cuántos versos e historias anudamos en sus gentes! ¡Cuántas palabras y gestos que germinaron entre carcajadas, canciones y césped! Sin embargo, me gusta más saber, con permiso de sus domingos de rastro, de sus barcas del Retiro o del sabor indio de sus platos, que no fue tanto Madrid, como sí lo fue el acierto de encontrarte. Porque al fin y al cabo, supongo que toda ciudad se reinventa así misma. Que Madrid tiene mil nombres pero ninguno como el de Sabina; porque ya sabes que si toca volver o ir, siempre Iremos por el Madrid de Sabina. 
Pero tal vez no sea sólo la ciudad del madroño. Quizás hemos saltado, dejado la vida en más rincones, e incluso concebido el mar a orillas del Atlántico. Hemos roto los páramos de asfalto que distaban del kilómetro cero, para recomenzar de nuevo y conocernos. Y por ello sé que si hemos aniquilado horas de carretera a base de recuerdos, esa maleta roja se impregnará también de las leyendas de Praga y de las historias de la Ciudad Roja. Que si algo hemos aprendido de tanto nómada de entretiempo es que partir es bañarse en recuerdo y caminar. Así que ya sabes, te espero en Alemania y en mi ciudad. 
Feliz Erasmus y felices veinte, Ire.



Pongamos que hablo de ti