sábado, 24 de septiembre de 2011

Camila

vestía sus heridas con carmín bermellón. “Con más vida que el rojo” decía mientras recorría sus cicatrices, hábito que se prolongaba más allá de tres octubres. Primero las yemas de sus dedos redescubrían el rastro de aquellas balas que pasaron rozando y posteriormente bordeaban, siempre en sentido circular, las marcas de aquellas que hicieron de su cuerpo diana. Entraba así en un estado de embriaguez de los sentidos que veía su fin en el llanto y en el grito agudo. Tras esto cerraba los ojos y tras acompasar su latir, trazaba sobre el epicentro de la angustia una línea con su lápiz de labios. Decía que así fortalecía su espíritu al tiempo que emulaba a aquellas tribus indígenas que no conocen el término rendirse. Esta costumbre inherente ya a todo despertar tenía nombre: reconocimiento del miedo. Sin embargo, el remedio… ni ella misma lo intuía.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Las palabras se le quedaban pequeñas


(...)Se fue porque decía que ella no lo quería.
Lástima que no supiese que para ella querer era besarlo mientras dormía.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Lusitana.

A mí las prisas me dan vértigo y más cuando las manecillas se paran y son ignoradas. El reloj de la estación Terreiro do Paço hacía diez minutos que marcaba las seis y diez pero en la Praça do Comercio la calma no hallaba morada. Los turistas gritaban, corrían pero jamás miraban -¡maldita locura la del viajero de cámara y mapa!- hacia esa ciudad que redescubre su alma entre paredes desconchadas. Carcomidas las murallas de sus casas dan testimonio de su historia actual en una Europa que se asfixia en manos de un sistema arcaico y obsoleto. La voz que invita a la okupación, “Aquí podia viver gente”, y la queja del olvidado, “Quem trabalha nao receve”, aúnan con los acordes del fado portugués y con el vuelo impávido de tres golondrinas en una perpendicular a la rua Augusta. Porque todavía hoy, sus aceras desgastadas emanan vida en una espiral de música, acentos y poesía; aquí, donde me quedo contigo brindando por el arte luso entre pastéis de nata y acordes de Pedro Abrunhosa. A media tarde, cuando sus calles se vacían, las palabras de la mujer de las flores me invitan a recorrer la Praça Dom Pedro IV. “Um cravo, faz favor.” Y sonríe y sonrío dirección Alfama. Donde he aprendido a encontrarme entre el laberinto de sus calles y sus patios floridos; y a sentir con las yemas al rozar las ropas que adornan sus paredes. A mirar a los ojos lejos de la austeridad del minutero, a perder la venda que ciega al turista y después desnuda... a vivir Lisboa.

- Que horas são?- Pregunto.
- As seis e dez.