lunes, 19 de noviembre de 2012

Ay, cuando rompes

De esto que das una patada y sale una historia, y caes dentro. Como cuando la mirada acaba en sorbo etílico y te rindes en la acera. A veces pasa. No es llegar y romper, si eso ya lo recordé; pero... ay, cuando consigues romper. Porque sucede que un día vuelves y esto se hace hogar. Como cuando te desvelas en Bratislava y reconoces un acento amigo; pero más a lo grande, bien de brocha gorda y reservas de tinta. Y escribes. Escribes en las paredes desconchadas de un Pest que devoraste en líneas y al final cargas con una mochila regalada en florines. Que las segundas partes nunca fueron buenas, pero ¿qué hay de las segundas manos? A mí me gustan. Como las arrugas y las cicatrices de tu rostro, fuente de inspiración e historias. Regálame tu edad que te recorro en letras, pero me callo. Y así estás, ventilando los miedos con los aires del norte y el gesto ajeno. Y abres el buzón y se te agita Argentina al leerla y Rusia, y también Tallín. Que gire la geografía que yo no vivo de recuerdos, porque éstos voltean conmigo y crecen hermosos; como la panza cultivada a base de bravas, Rodamaris y bares de Atocha. Porque estás aquí, allí y en las fotografías que Kris y Leticia te regalan. Estás y eres, si es que ya se me mete el inglés en el cuerpo aunque ahora pierda forma el castellano, ganas constantes. E incluso suena mandarín de un tiempo a esta parte y el polaco se ha resguardado en la sonrisa a base de vino blanco y chocolate, de política y ¡qué el hombre no sabe que es pisar la luna! Y en la cocina suena Melendi y en el cuarto de las lituanas siguen intentando afinar pero les vence el grito y el vodka, si es que no saben que es el frío. Y tú sigues con vistas al cielo y recaes en tinta beoda en el Café V lese y te sorprendes cuando la polaca entiende y te felicita y te explica y acierta. Y, sí, creo que sufro algo así como insaciabilidad de la conjunción copulativa. Hay tanto que contar que se me impacienta el punto. Y, ya sola se golpea la tecla, pierdes el miedo y creces en alas. Y el reflejo ya ni cuestiona y te despeinas en Wenceslao. Ay, ¡cómo tira ya esto y cómo aprieta el mapa! Si es que se me enredan los palillos chinos a las manos, las cervezas a la garganta y los abrazos a mis vecinos; porque lo de las carcajadas, con gaitas o sin ellas, hace semanas que lo sufro. Bienvenido al norte, bienvenido al hogar. 




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