domingo, 2 de septiembre de 2012

Pongamos que hablo de Madrid

Pongamos que hablo de Madrid, de cerveza en Malasaña y del bar de Atocha. Pongamos que me acuerdo de Madrid, de la plaza y su voz, del soplo de aire fresco en Lavapiés y del sofá sureño siempre abierto. Pongamos que suena a Madrid, que saltan los acordes de Manu Chao, la noche en el Penta, las letras de Marwan y los festivales que recorrí contigo. Y pongamos, por suponer, que añoro Madrid, tal vez por sus calles, sus sueños o por los abrazos en los que me encontré. 
Me gusta pensar que Madrid se nos abrió de golpe, nos brindó la posibilidad de rasgarla de adentro y nos regaló sus ganas, para gastar sus calles y respirar sus ansias. ¡Cuántos versos e historias anudamos en sus gentes! ¡Cuántas palabras y gestos que germinaron entre carcajadas, canciones y césped! Sin embargo, me gusta más saber, con permiso de sus domingos de rastro, de sus barcas del Retiro o del sabor indio de sus platos, que no fue tanto Madrid, como sí lo fue el acierto de encontrarte. Porque al fin y al cabo, supongo que toda ciudad se reinventa así misma. Que Madrid tiene mil nombres pero ninguno como el de Sabina; porque ya sabes que si toca volver o ir, siempre Iremos por el Madrid de Sabina. 
Pero tal vez no sea sólo la ciudad del madroño. Quizás hemos saltado, dejado la vida en más rincones, e incluso concebido el mar a orillas del Atlántico. Hemos roto los páramos de asfalto que distaban del kilómetro cero, para recomenzar de nuevo y conocernos. Y por ello sé que si hemos aniquilado horas de carretera a base de recuerdos, esa maleta roja se impregnará también de las leyendas de Praga y de las historias de la Ciudad Roja. Que si algo hemos aprendido de tanto nómada de entretiempo es que partir es bañarse en recuerdo y caminar. Así que ya sabes, te espero en Alemania y en mi ciudad. 
Feliz Erasmus y felices veinte, Ire.



Pongamos que hablo de ti

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