Pongamos que hablo de Madrid, de cerveza en
Malasaña y del bar de Atocha. Pongamos que me acuerdo de Madrid, de la plaza y
su voz, del soplo de aire fresco en Lavapiés y del sofá sureño siempre abierto.
Pongamos que suena a Madrid, que saltan los acordes de Manu Chao, la noche en
el Penta, las letras de Marwan y los festivales que recorrí contigo. Y
pongamos, por suponer, que añoro Madrid, tal vez por sus calles, sus sueños o
por los abrazos en los que me encontré.
Me gusta pensar que Madrid se nos abrió de
golpe, nos brindó la posibilidad de rasgarla de adentro y nos regaló sus ganas,
para gastar sus calles y respirar sus ansias. ¡Cuántos
versos e historias anudamos en sus gentes! ¡Cuántas
palabras y gestos que germinaron entre carcajadas, canciones y césped! Sin
embargo, me gusta más saber, con permiso de sus domingos de rastro, de sus
barcas del Retiro o del sabor indio de sus platos, que no fue tanto Madrid,
como sí lo fue el acierto de encontrarte. Porque al fin y al cabo, supongo que
toda ciudad se reinventa así misma. Que Madrid tiene mil nombres pero ninguno
como el de Sabina; porque ya sabes que si toca volver o ir, siempre Iremos por
el Madrid de Sabina.
Pero tal
vez no sea sólo la ciudad del madroño. Quizás hemos saltado, dejado la vida en
más rincones, e incluso concebido el mar a orillas del Atlántico. Hemos roto
los páramos de asfalto que distaban del kilómetro cero, para recomenzar de
nuevo y conocernos. Y por ello sé que si hemos aniquilado horas de carretera a
base de recuerdos, esa maleta roja se impregnará también de las leyendas de
Praga y de las historias de la Ciudad Roja. Que si algo hemos aprendido de
tanto nómada de entretiempo es que partir es bañarse en recuerdo y caminar. Así
que ya sabes, te espero en Alemania y en mi ciudad.
Feliz Erasmus y felices veinte, Ire.
Feliz Erasmus y felices veinte, Ire.
Pongamos que hablo de ti
Que lindo Madrid!
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