sábado, 21 de abril de 2012

Diarios de Vigo-Verín

       Los animales de carretera convencional sólo entienden los contratos que hablan de festivales, si estos vienen escritos en servilletas de bares donde la bebida es de contrabando. Devoran cajetillas ajenas e improvisan carreras hasta Pontevedra con conocidos de tres cervezas. Bailan en curva, atajan por baches, el conductor se venga y pocos duermen. La música de sus padres demasiado alta les nubla la vista y olvidan, a ratos, la dirección del tráfico; pero a golpe de grito y de carcajada, redirigen el rumbo y al meter tercera cargan sus pulmones con salitre marinense. Son como gatos callejeros y encuentran cobijo en un banco a la espera de un tercero que agradece la paciencia con un trozo de tarta de manzana cortada con las llaves del nissan. A la vuelta, exhaustos, se anima a hablar el de la tirita en la cara y el puente de Rande saluda a la ría. Esa misma ría de la que me despedí desde un avión con destino París hace hoy dos veranos, mientras que en el asiento contiguo una historia empezaba. Esta noche, ella está a mi izquierda y compartimos perspectiva: acordamos el principio y engrasamos el aliento para no caer en punto muerto. Te espero en Ortigueira, valiente.  Recuerda, te echo de menos en los kilómetros.


Es bonito que al dormir la noche,
 nunca sepamos como va a amanecer mañana.

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