Praça do Comércio, Lisboa
Queda el olor a café impregnado en amaneceres
caducos, los arañazos en el sofá y el
aliento en el portazo. Quedan los retazos de sábanas rasgadas y la espuma de la
cerveza desnuda sobre la encimera. Quedan las llaves en el cerrojo y un colchón desierto. Porque ella hace tiempo que echó a andar y hoy estará demasiado lejos. Parece ser que la cosa va de cuerpos y de carreteras. Que no hay
brújulas fijas y que este nuestro Madrid no es eterno o tal vez se nos quede pequeño.
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