miércoles, 18 de julio de 2012

Te pido tres días más, Ortigueira

Don´t worry, que diría Jack, que maloserá, sentenciaría a carcajadas Anxe. Que la lluvia, la mugre y los litros del tinto más barato del Corvirán saben también de quemar sonrisas y de romper en el mar. Que de exprimir las vivencias a dejarlas pasar hay un trecho; y que nosotras, tal vez por ese deje gallego, hemos saltado, sin vértigo ni vacío, allí donde el Atlántico se enreda y se atrapa en las aguas del Cantábrico. Que están los tiempos jodidos, si ya lo decía Gabriel en su Senegal del año dos mil, pero es empezar la música y arqueársele la risa y así contagiar. 
Y me gusta. Me gusta que hable de política más allá de Melilla y que haga tambalear mis lógicas en un juego cruzado de preguntas a tres. Y, sin embargo, me callo cuando pienso en la valentía al partir. Que sí, que compartimos la salitre del Atlántico, pero a miles de kilómetros. Que la geografía pesa y él todavía añade las suelas del comerciante. Admiración muda, mientras se me anudan los vocablos en los límites de mis dedos hasta hacer llaga y caer de golpe, con la decisión que rehúso, sobre el teclado. 
Y al llegar al campamento, se despide con el pecho abierto y nosotras nos sumergimos en un bucle errático de paisaje incierto donde impera el impulso, el ansia animal ajeno al eclipse de las formas. La salitre, el kalimotxo, la mugre y el sudor como excusa para recrearnos en el romanticismo que dicen perdido tras la Ilustración. Porque aún sin Leica, que por tener no tenemos ni billete de vuelta, nos perdemos por "horizontes nuevos que abren el apetito y las ganas de reír fuerte, de respirar al sol, de perderse por el mundo." Y así lo hacemos, o al menos lo intentamos. Aunque el tío que vende M y regala sexo, se ponga arisco cuando llenando bien los pulmones estallamos en carcajadas al dejar en entredicho su virilidad. Y corremos, siempre hacia al mar, para dibujar en el cielo los trazos de la Osa Mayor. Y a pesar  de que Víctor y yo seamos unos incomprendidos, la noche y las estrellas siempre tienen algo que contar, y más en la orilla. 
Y es en esa misma orilla donde lavo mis miedos, donde me desprendo de esa película difusa que nos atrapa en madrugadas urbanas. Porque ahora toca improvisar, ya sea aos grolos da crema de Oruxo, al calor de la hoguera o con el disfraz hawaiano en la carpa. Toca conocer y, por tocar, toca tocar. Y es así como viajas dando tumbos entre distancias, acortando kilómetros y asimilando que el encuentro de dos mares en el Cabo Ortegal es sólo el anticipo del roce. Ni uno, ni dos, ni tres. En tal caso, roce constante; porque para determinar gestos poco sé de cifras, porque los números únicamente sirven para cuantificar desgracias. Nada más.
Y así echamos la noche, las noches, entre humo, tragos y ganas. Absorbiendo sus días y apurando relatos de las cicatrices que les ha hecho el tiempo. Un exiliado alemán, unas pulgas hogareñas, una frutería en el Perú... y una cajetilla más que cae, mientras me fumo la historia de, ahora, mis libros. Y me doy cuenta de que lejos queda ya el cacheo policial del primer día en la autopista y que no queda otra que debullar la luna, aferrarse al saco y arrimarse al borde. Todo para dejar de temblar. Porque no es el frío el que me hace tiritar, es el miedo a abrir la tienda y ver salir a la nostalgia del recuerdo, así, sin más.

1 comentario:

  1. E é a mesma sal a que navega entre as ondas da praia de Ortigueira, a que nos acompaña nas nosas amadas Rías Baixas, a mesma sal de aquel lugar chamado Montreal onde tiven o placer de poder estar contigo. Esa sal tamén baña as terras alén do estreito de Xibraltar, nas que non só está Senegal. Lémbrate tamén de que Sudáfrica forma parte do mundo. Deste mundo que nin ti nin eu chegaremos a entender pero polo que estou segura que viaxaremos e atoparemos quen nos leve por un módico precio. Queda só xa medio verán. Próxima estación Praga.

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