domingo, 9 de mayo de 2010

-Carece de sentido del humor- dice.- Ni humor inteligente ni leches. Cara larga, boca cerrada... Ni expresividad tiene. ¿Lo de siempre, señor? Y se limita a asentir. Hoy parece que hace mejor tiempo, ¿qué cree? y encoje los hombros. A veces, me dan ganas de darle un tortazo, esque yo creo que... que se cree demasiado para hablar conmigo... siempre tan callado. Esque, buah... porque viene a diario a tomar su café, vamos, que es cliente fijo que si no en la calle estaba. Y si por si esto fuese poco, fíjese, señor; como es que, una vez que entra no me quita los ojos de encima. No hablará pero, mi madriña... ni la cotilla de MariLuz presta tanta atención. Ni disimulo, ni ostias, ojos como platos; como el crío de la esquina con su revista... verá, verá. Tiene que verle. Cristóbal se llama. ¿Lo conoce? Bueno, mejor así, si no entendería el por qué de este mi comportamiento, cuán lógico él es. Imagínese, imagínese... Lo comprendería, claro que lo haría. Irritable, ese es el adjetivo, realmente desquiciante...

La puerta se abre y una pareja aparece. Manos que se mueven, palabras sordas y... ojos que transmiten más allá de un sonido. Un mosaico de emociones, una explosión de matices... Ojos que atrapan, enredan, llevan... me pierdo, caigo...
- Cristóbal es, es... - intenta el camarero y no puede.
- Lo más grave de todo, esque usted pensaba que la falta de comunicación era por parte de él. Palabras vacías, no sentidas... ¿sirven de algo?